Tras la triste noticia que llegó ayer al campo a última hora
de la tarde, hoy nos dirigíamos allí pensando que quizá la escuela no hubiese
abierto sus puertas y que las familias permanecieran austeramente en sus
tiendas. No ha sido así. Como en cualquier otra circunstancia, el mundo no se
ha detenido por completo ante la pérdida de uno de sus habitantes, pero sí que
ha estado latente durante todo el día el respeto hacia los familiares.
Acostumbrados al griterío constante de los niños, hoy hemos respirado calma y
tranquilidad inmersas en la rutina del comienzo de la semana.
Nuestra jornada ha comenzado con una nueva misión. Hoy hemos
sido los encargados de hacer el reparto de las verduras, que habitualmente es
llevado a cabo por EREC. División de tareas desde que hemos abierto el ojo para
ser más efectivos, unos al mercado y otros a otros recados. Sobre las once de
la mañana nuestra furgoneta ya estaba cargada de kilos de berenjenas, patatas y ajos y lista rumbo a Sinatex. Antes
parada en un impresionante invernadero, donde hemos comprado romero, laurel,
aloe vera, y menta para fomentar la construcción de un huerto que les sea útil
para cocinar a su gusto y para aliviar de forma natural e indefinida posibles malestares.
Nuestra furgoneta lista para ir a Sinatex
Una vez hecho el reparto de los alimentos, cada uno ya sabe
cual es su tarea, así que vamos a por ella. Terminar de pintar y barnizar mesas
de juegos, hacer carteles para colocar en la carretera alertando de que hay
niños en las inmediaciones, cuadrando horarios de las actividades vespertinas
de la semana o estrenarse como profesora de inglés. Por supuesto, todo con la
colaboración y mirada atenta de los pequeños, de los que no nos cansaremos de
deciros que cada día queremos más. Será porque cada día nos dan más.
Terminando la mesa de Backgammon
Hoy hemos comenzado también con la filmación de un pequeño reportaje
que, esperamos, sea una muestra de todas y cada una de las identidades que día a
día luchan por acabar esta batalla.
Primeras tomas del reportaje
Prácticamente sin haber podido dar todavía al rec y a unos doscientos metros alejados
de la puerta del campo, un coche de la policía fronteriza que habitualmente
pasa el rato allí, para a nuestro lado. Seguro que ya os lo estáis imaginando,
actitud chulesca, autoritaria e interrogatoria que evidencia la censura ante la crisis de
refugiados. Nos pregunta qué hacemos allí, de que organización somos y qué estamos
grabando. Nos explica que no se puede hacer porque algún refugiado se puede
molestar y entonces nos tendrá que detener, poniéndonos como ejemplo otra
situación, supuestamente ocurrida en el pasado en otro campo. Le contestamos
que estamos fuera y alejados del campo, no hay nadie alrededor, excepto uno de
nuestros amigos que nos acompaña curioso ante la presencia de una cámara, y que
en el caso de sacar a aluna persona, no se preocupe, que previamente sabemos
que debemos pedir permiso. No es suficiente y nos pide la documentación y que
le acompañemos a su oficina, donde apunta nuestros datos mientras otro oficial
nos cuenta la misma monserga de un modo más amable. Nos queda claro que no
podemos entrar al campo con la cámara, pero el centro cultural es nuestro
territorio, allí no podrán callar ninguna voz.
Continuamos como si nada hubiera pasado. Los pequeños
enseguida se han percatado de la intervención de la policía y hasta los más
enanos nos han preguntado si estábamos bien. No creo que ninguno de estos niños
tenga la ilusión de mayor ser policía.
Entrada ya la tarde (otra vez sin darnos cuenta) probamos
los juegos de mesa, seguimos con manualidades, partidito de fútbol alevín, yoga
para las geniales féminas y continuamos con la elaboración de las “páginas
amarillas”, la cual nos aporta muchísima información sobre los inicios del
campo y de cómo los propios refugiados fueron a negociar con el ejército y
exigieron una serie de condiciones que aún después de cuatro meses no se han
llevado a cabo. Como por ejemplo el servicio 24 horas de una ambulancia, mayor
cantidad de agua, mejora de infraestructura o llamamiento a organizaciones de
voluntariado.
Últimos juegos de la tarde
Recogemos el chiringuito y terminamos la tarde tomando té en
el porche de una familia que nos hace felices solo por el hecho de estar allí. Nos
encanta este ratito de final de tarde, el Sol se ha puesto, el aire corre y
alivia el calor de todo el día y pueden olerse deliciosos guisos caseros. Al
encaminarnos hacia la furgoneta la gente quiere despedirse de nosotros, los
niños se suben en ella sin querer que nos vayamos y los mayores nos invitan a
que al día siguiente vayamos a su haima. Así da gusto.
Es momento de juntarnos los seis después de todo el día. Pese
a que ha sido tranquilo, la cabeza nos
va a tope. Conforme se acerca la vuelta a España, cada vez tenemos menos ganas
de irnos y vamos viendo más necesidades. Somos conscientes de que es imposible
abarcarlo todo. Somos conscientes de que sus vidas no dependen de nosotros.
Somos conscientes de que antes o después tendremos que decir adiós, pero de lo
que seguro somos conscientes es de que intentaremos hasta el último segundo que
Sinatex sea un campo felizmente autogestionado.
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